Sobre Liderazgo

Escrito por: Phinneas Gage

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Miguel era carismático. De mediana edad y aún así guapo, un hombre de familia con principios, un comunista abierto y refugiado de Chile. Formó parte de la izquierda, quienes desesperadamente proponían que la clase obrera tenía que defenderse aun cuando Allende, el presidente socialista chileno, fue arrastrado y tirado en un sótano. Mientras exterminaban o hacían desaparecer a toda una generación, enterrados debajo de los estadios de fútbol y arrojados desde aviones al interior de volcanes, Miguel logró llegar a Canadá y, al igual que toda una generación de chilenos, él prometió no abandonar la lucha. Él era un superviviente, un militante y un líder.

Así que mi sindicato decidió darle la posición de líder. Cuando Miguel estaba en la planta tenía más poder que cualquiera de los Jefes. Recuerdo que yo era un delegado sindical, nervioso y sin experiencia, frente a un posible despido; había mucho en juego – la trabajadora en cuestión había tenido un accidente, su tercero en aquel mes. Tres accidentes en un año es suficiente para que despidan a un conductor, y encima de todo, ella era todavía una trabajadora temporaria, ni siquiera estaba cerca del final de su periodo de prueba y estaba embarazada, como recién se había enterado un supervisor. Pedí ayuda a Miguel para que me ayudara a representar a la compañera ya que los riesgos eran demasiado altos como para que me encargara de la situación yo solo.

Decir que salimos ganando en esa entrevista sería una subestimación. Miguel simplemente entró en la habitación, radiante, y se sentó inclinándose hacia atrás en su silla. Obviamente sorprendió a los dos supervisores jóvenes, estaban visiblemente nerviosos. Hay un estereotipo de cómo se debería portar el trabajador militante; gritándole al jefe, desafiante, una persona que vive y respira la acción directa. Sin duda, hubo momentos en que Miguel era exactamente así. Sin embargo, el poder sereno que tenía era más fuerte. En este caso solamente les dijo a los supervisores que si despedían a la trabajadora compañera sería una injusticia que los trabajadores no podrían perdonar. Ni una sola vez mencionó el sindicato. Lo único que dijo fue que los trabajadores no iban a tolerar esta injusticia.

Ese poder sereno, el liderazgo de ese hombre y sus habilidades como un organizador no provenían de él solo. Los supervisores no temían a Miguel sino temían el respeto que él recibía de sus compañeros. Los jefes temían la capacidad de los trabajadores bajo el liderazgo de Miguel de hacerles la vida difícil. Miguel creía en sus compañeros de trabajo y sus compañeros creían en él.

Un oficial del sindicato no necesita el apoyo de los trabajadores en la planta. Él – y por lo general los oficiales son hombres – sólo necesita el apoyo de los trabajadores que de los trabajadores que se preocupan por votar. Un líder de la clase obrera sólo puede existir con el apoyo tácito de los trabajadores. El problema es la relación que el oficial tiene con los trabajadores que representa, con los que solía trabajar codo con codo. Es por esto que un dirigente sindical no es necesariamente un líder de la clase obrera.

Cuando el liderazgo proviene de los trabajadores en el lugar de trabajo hay poca distancia entre un líder de la clase obrera y sus partidarios. Regaños amistosos y tal vez un par de bromas de que se le sube a la cabeza su nueva posición pueden advertir al líder si está actuando fuera de sintonía con los trabajadores. Esta disciplina ejercida por los trabajadores sobre su liderazgo es parte del ambiente de trabajo normal.

Cuando uno se vuelve un delgado sindical, se “visita el espacio de trabajo”. Ya no se está en el trabajo como en casa, uno es un invitado en el propio espacio de los trabajadores. Esto crea una distancia, una relación que hace que los oficiales puedan ver su papel como una posición profesional, como si fueran expertos que vienen de fuera. Incluso los sindicatos más progresistas, mientras le dicen a cada afiliado “usted es el sindicato”, después hablan de la necesidad de “dar servicios a nuestros miembros”. Estas dos concepciones del activismo sindical están enfrentadas. De hecho, la idea de que “los afiliados son el sindicato” actúa como una cortina de humo para el sindicato que se transforma en un tercero por encima y más allá de la propia actividad de los trabajadores en el trabajo. Al igual que los patrones que siempre intentan llamar a los equipos, a los grupos de trabajo, o a los subordinados “socios”, los sindicatos enmascaran su burocracia, combinando la capacidad de movilizar e inspirar con una posición en la jerarquía sindical.

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Trabajadores del correo canadiense en huelga

Dos años antes Miguel fue presidente del local; él sirvió dos mandatos y luego volvió a trabajar en la planta. Durante una acción salvaje en su antiguo lugar de trabajo Miguel estaba atrapado en una posición difícil. Detener el correo suele resultar en despedidos, pero los trabajadores se indignaron. En contra de sus prácticas anteriores (ya le habían despedido una vez a Miguel por incitar una acción laboral varios años antes) Miguel les aconsejó a los trabajadores que volvieran a trabajar. Tenía miedo de que alguien perdiera su trabajo, ya que casi le había pasado a él.

No hay duda de que algunas personas mantienen su militancia mientras son oficiales o dirigentes sindicales. Hay dirigentes obreros valientes y he conocido a bastantes. Miguel seguramente era uno de ellos. Pero, una vez más, no basta que un líder sea valiente y tenga principios. La pregunta importante es ¿por qué Miguel estaba dispuesto a incitar a las acciones sindicales hasta el punto de ser despedido cuando era él quien corría el riesgo, pero aconsejó a los demás a no correr el mismo riesgo? Porque su relación con la lucha y con los trabajadores había cambiado.

Cuando la institución quita la dirección sindical del lugar de trabajo y la ubica en una oficina, destruye la relación entre el líder y los trabajadores; el pronombre cambia de “nosotros” a “usted”. Así los medios de disciplinar la dirección sindical se transforman en destituirles a los líderes y no reelegirlos en elecciones. En efecto, esto quiere decir que cuando te equivocas tu castigo es volver a ser un trabajador normal. El foco de actividad ya no está en el trabajo sino en la oficina del sindicato. Un buen militante que estaría perfectamente dispuesto arriesgarse el cuello en una acción sindical con sus compañeros de trabajo tiene miedo de que los demás tomen ese riesgo. Su instinto es noble; quiere proteger a su gente.

El deseo de no incitar a otros a correr grandes riesgos, incluso si uno mismo podría tomar esos riesgos es una buena calidad en una persona. El problema no es la calidad del liderazgo de la clase obrera sino la relación de ese liderazgo con su base de trabajadores. La clave es construir liderazgo de la clase obrera que puede permanecer en el lugar de trabajo. Esto significa organizar de una manera que no quita a los trabajadores el liderazgo en el lugar de trabajo y organizar sin dirigentes asalariados a tiempo completo. El verdadero liderazgo no es una oficina o un título sino la capacidad de mover a la gente. De esta manera cuando decidimos correr riesgos y asumir una lucha lo hacemos con pleno conocimiento de lo que estamos haciendo sin pedir que otros corran riesgos nosotros mismos no estamos dispuestos a correr.

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Una traducción del articulo ‘On Leadership’ publicado por Recomposition

 

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