Por: Santiago Posada Jaramillo
La siguiente es la primera parte de una historia de ficción sobre trabajadores y su camino en la lucha por sus derechos laborales.
Me avergüenza, pero no podía negar el sudor en mis manos durante esa reunión.
“Mira Sebastián”, continuó mi jefe, “yo entiendo que el horario laboral termina oficialmente a las 6 y que tienes que llegar a casa a alimentar a tus gatos. Yo entiendo como son, yo también tengo gatos. Pero acá en Ever Corp somos una familia y la única forma como crecemos es con cada uno haciendo un pequeño sacrificio de vez en cuando.”
“Pero Camilo”, digo luego de un suspiro, “hoy es jueves y todos los días de esta semana y la pasada he entrado a reunión después de las 5 y media. No hay forma de terminar las reuniones a tiempo para salir.”
“Es lamentable. Pero se sale de mis manos. Tú sabes mejor que nadie que esta semana estamos dejando todo listo para el informe a los socios y tenemos que quedar bien. La presión va a suavizar la próxima semana, ya verás” respondió con su tono usual; amigable, pero poco creíble
Después de un suspiro, me levanté, me despedí amablemente y volví a mi escritorio con una terrible sensación. No sé exactamente cómo describirlo, es una combinación de indignación, impotencia y vergüenza, pero con un añadido de alivio. Solo he sentido esta emoción cuando sé que algo injusto está sucediendo y, ante mi incapacidad de hacer algo al respecto, siento una calma que viene de la sensación de que ya puedo dejar de luchar.
“Eso se llama sumisión y es una característica muy apreciada por los jefes en sus empleados” escuché una voz proveniente de mi ventana. Volteé a mirar de inmediato, pero no vi nada más que la misma ventana opaca de siempre. Esa ventana vieja, que no deja pasar suficiente luz, es una perfecta representación de lo que ha venido pasando en esta empresa; a pesar de reporte tras reporte de una aumento en las ganancias, los salarios siguen igual, cada vez quedamos con más responsabilidades y esta ventana sigue opacándose más.
“Y tú te sigues quedando hasta las 7 de la noche para terminar las reuniones que no te están pagando” dijo la misma voz de antes desde abajo de mi escritorio mientras sentía algo rozándose contra mi pierna. En esta ocasión lo alcancé a ver. Era un gato. Un gato negro. ¿Un gato negro que habla?
El gato detuvo sus pasos seguros, pero delicados, casi como si hubiese escuchado mis pensamientos. Tornó su cabeza hacia mí lentamente.
“Felicitaciones. Parece que tu capacidad deductiva sigue funcionando… a pesar de las apariencias”, escuché su voz con mucha más claridad que antes.
“¿Cómo así que a pesar de las apariencias?”, pensé, tratando de comunicarme como parecía poder hacerlo, telepáticamente.
“Pues, entras a donde tu jefe con un problema y te saca con la excusa de que no está bajo su control, y tú regresas a hacer tu trabajo como si creyeras que fuese verdad. Alguien con una capacidad deductiva funcional sabría que eso se llama manipulación.”
Una parte de mí quería concentrarse en el hecho de que un gato me estaba hablando telepáticamente, pero la verdad, estaba tan cansado que no tenía la energía de darle la importancia que merecía. Supongo que uno de los efectos del capitalismo es que uno se acostumbra a aceptar situaciones sin sentido. Si ya estoy recibiendo un salario miserable mientras mi jefe, con su bronceado de haber estado de vacaciones en las Bahamas, me dice que la empresa no está en la capacidad de subirnos los sueldos, ¿qué tanto más absurdo es un gato que habla?
En resumen, me concentré en lo que decía.
“No sé qué tanto sabes de como funciona una empresa, pero el jefe tiene todos los recursos y todo el poder. Sí, es manipulación, pero no me sirve de nada identificarla como tal si no voy a poder hacer nada”, le contesto sin abrir mi boca.
“Hagamos un pequeño quiz de qué tanto sabes tú sobre cómo funciona una empresa, humano,” empezó a decir mientras ágilmente saltaba al borde de la ventana y luego a mi teclado, donde se sentó relajadamente. “¿Cómo genera recursos esta empresa?”
“Servicio al usuario. Atendemos llamadas de los clientes de diferentes empresas cuando tienen alguna duda o algún problema.”
“Perfecto. ¿Quién recibe y atiende las llamadas?”
“Mis compañeros y yo”, dije rascándome la cabeza con cierto desespero.
“Así que otras empresas le pagan a tu empresa por las llamadas que tú y tus compañeros de trabajo atienden. ¿Correcto?, dijo el felino levantando la cabeza para mirarme.
“Pues, sí.”
“Si, por dar un ejemplo, tú y todos tus compañeros de trabajo se ausentaran al trabajo el mismo día. ¿Qué pasaría con las llamadas?”
“Supongo que no se harían. ¿Puedes llegar al punto?” Dije llegando al límite de mi paciencia.
“Si la empresa depende del dinero que genera… y el dinero que genera es por atender llamadas… y tú y tus compañeros son los que hacen esas llamadas… ¿quién tiene realmente el poder en la empresa?” Dijo con una mirada de superioridad que solo un gato te puede dar.
“Entiendo lo que dices… pero ya fui a hablar con el jefe y nada va a cambiar.” Dije con honesta vergüenza.
“Pues, claro que no. Porque el que tiene el poder no eres tú individualmente, son ustedes juntos como trabajadores.” Dijo levantándose perezosamente.
“Entonces, ¿estás recomendando que hagamos una huelga o algo así?” Susurré, cayendo en cuenta de que alguien podía estar escuchándome hablar con un gato.
“Algo así. Solo que, cuando inicias una guerra, nunca inicies con la bomba más grande que tengas.”
“Entonces…”
— — — — — — — — — — — — — — — —
(Al día siguiente.)
Carmen (o Carmencita, como le dice con cariño media oficina) estaba en su receso, jugando ese juego en su celular que siempre juega a esta hora. Dice que le ayuda a mantener su memoria a su edad. Carmencita siempre ha sido querida por todos en la empresa y se siente que ha estado trabajando aquí desde siempre. Quién sabe, tal vez sea cierto. Si alguien puede unir a nuestros compañeros para exigir nuestros derechos, es ella.
“Hola, Carmencita. ¿Cómo te trata este viernes? ¿Feliz de que ya llegue el fin de semana?”, inicié casualmente.
“Un segundito, Sebas. Ya te pongo atención”, dijo, manteniendo la concentración en la pantalla parcialmente quebrada de su celular. Me dice Sebas de cariño.
Esperé con paciencia.
Pude ver al gato mirándome desde mi lugar de trabajo. Podía sentir su mirada desde aquí. Descubrí que nadie más lo puede ver y que parece ser una decisión suya. Pero no estoy seguro, no es muy bueno contestando ese tipo de preguntas. A veces se siente que tiene más urgencia de que las cosas cambien que incluso yo… y me siento agradecido por ello.
“Listo. Cuéntame, Sebas, ¿qué me decías?”, dijo Carmencita, sacándome de mi meditación sobre las intenciones del gato.
“Ohhh, sí, ¿cómo vas?”, pregunté rápidamente.
“Muy bien, mijito”, dijo con una sonrisa, “planeando visitar a mi sobrino este fin de semana. Cuando salga del trabajo salgo con mi esposo para allá.”
Recordé que me había contado sobre su sobrino. Vive a unas cuantas horas y tiene un hijo recién nacido. Seguramente esa es la razón del viaje. Pero este tema me da la mejor entrada a la conversación que quiero tener que cualquier otro me pueda dar.
“”Ay, te deseo mucha suerte y que la pases muy rico”, dije con una sincera sonrisa, “y esperemos que no nos hagan salir más tarde hoy con una reunión mal puesta.” Me reí después de decir esto para que no se sintiera demasiado amargado de mi parte.
Sigilosamente, miró alrededor para asegurarse de que nadie estuviera cerca. Carmencita puede ser amable e inofensiva, pero no tiene ni un pelo de tonta.
“Ay, sí! No me gusta ni un poquito tener que quedarme hasta más tarde. Me tocó cancelar mi clase de salsa porque ya nunca lograba llegar a tiempo y se me cae la cara de vergüenza interrumpir todo cada vez que llego. Y esto no era así antes. Hace algunos años incluso salíamos más temprano si no teníamos nada pendiente y el jefe estaba de buenas. Y mira que…”, siguió con un tono que claramente comunicaba que estaba sacándose un peso de encima.
La escuché con paciencia y atención. ¿Cuántos más de nuestros compañeros tendrán una situación similar a la de ella, en la que han tenido que cancelar algo que aman o ausentarse de compromisos importantes porque su tiempo no es respetado aquí en la empresa?
“… Pero, bueno, no hay nada que hacer…”, finalizó con un tono de resignación. Un tono y una emoción que entiendo y conozco muy bien. Normalmente, le daría más tiempo a que la conversación se volviera a repetir y que fuera más evidente para todos la violación de nuestros derechos para seguir con este paso, pero siento que la situación se alineó muy bien y, tal vez, este era el momento de aprovechar la oportunidad.
“Pero… ¿qué tal si sí pudiéramos hacer algo?”, dije suavemente, asegurándome que nadie más me pudiera escuchar.
“¿Cómo así? ¿A qué te refieres, Sebas?”, preguntó con curiosidad.
“Pues…”, y le dije algo similar a lo que el gato me había dicho a mí cuando yo estaba necesitando motivación. “…y, pues, tal vez podamos juntarnos y hacer algo para exigir nuestros derechos.”
“Ay, mijito, usted sí tiene muy buen corazón. Pero es que yo ya estoy muy vieja para eso… yo ya voy para 24 años en esta empresa y yo no me puedo dar el lujo de arriesgarme a perderlo. Tengo mi pensión y todo, pero sin este trabajo yo no sabría qué hacer con mi vida.”
“Entiendo…”, dije luego de un suspiro, “bueno, muchas gracias por escucharme y que la pases muy rico con tu familia.”
“Muchas gracias, mijito”, dijo con una sonrisa, “y mándale saludos a tus gatos de mi parte.”
Por un momento no me acordaba de que se refería a mis gatos, en mi casa, y no al gato negro.
“Ahhh”, dije con una sonrisa, “les diré.”
Caminé de regreso a mi lugar de trabajo. El descanso estaba a punto de terminar. Cuando llegué el gato estaba acostado en mi asiento, al parecer durmiendo.
Cuando me paré junto a él, esperando que se moviera, abrió los ojos, me miró y dijo: “Felicitaciones. Primer paso dado, como un bebé que aprende a caminar.”
“¿Puedes darme un permiso, por favor?”, pedí con un susurro. El gato saltó a la ventana. “La verdad es que no me fue bien, no la pude convencer de que se nos uniera”, dije mientras me sentaba.
“Hay mucho que se puede analizar como una derrota, pero lo que hiciste no fue una de ellas. Dale tiempo. Roma no se construyó en un día”, dijo con confianza.
Asentí con la cabeza. Era difícil de creer, pero en este punto sentía que este gato era más sabio de lo que me imaginaba.
El día transcurrió de forma normal. Lo que significa que fue duro y, al final, nos pusieron una reunión poco antes de que se terminara nuestro horario laboral. Cuando entré a la sala de reuniones, cansado y resignado, vi la mirada de frustración de Carmencita. A medida que pasaba la reunión pude ver como esta frustración se agrandaba y agrandaba. Me encantaría poder escuchar el debate interno que debía estar teniendo en aquel momento del mismo modo que el gato escucha los míos.
Cuando íbamos saliendo de la reunión y yendo a nuestros puestos para prepararnos para ir a nuestras casas, sentí una mano fría que agarró mi brazo. Era Carmencita. A pesar de que susurró, pude escuchar su voz clara y fuerte: “Cambio de planes. El lunes, hablemos después del trabajo.”
“Conozco un excelente sitio de empanadas argentinas, se llama ‘Empanadas del Che’”, dije con una sonrisa.
[CONTINUARÁ…]