Por: Boletín La Oveja Negra
Hoy generalmente se habla de revolución cuando se habla de la historia en tiempo pasado, en los anuncios publicitarios de una nueva mercancía o en un nuevo descubrimiento científico. Toda la izquierda y los reformistas en general hablan de “cambio”, “transformación”, etc, etc… Hablar de revolución social según la ideología dominante es anticuado, extremista, ridículo. Porque es “anticuada” cualquier manera de pensarnos a través del hilo combativo de la historia, es “ridículo” salirse de sus dogmas de comportamiento y es “extremista” cualquiera que no sea un oportunista, quien tenga posiciones firmes e invariantes ante el monstruo capitalista.
Más a tono con esta época es hablar de “REVOLUCIÓN INTERIOR”. Se lo hace desde la auto-ayuda, desde los delirios místicos consumistas que se adquieren en el mercado para reprimir o al menos calmar el dolor que causa esta sociedad antisocial, e incluso en ciertos ámbitos rebeldes. Se habla de “revolución interior” en sintonía con los mandatos de la ideología dominante, es decir: ya no habría revolución social y lo único que queda es hacer pequeñas transformaciones personales para que no cambie nada, ya no habría comunidad por lo cual sólo quedaría abocarse a lo individual. No vamos a ser nosotros quienes desprecien la importancia de los pequeños cuestionamientos, estas “tomas de conciencia” surgen de las condiciones materiales de existencia, del sentimiento común y comunitario con los demás, y no desde el repliegue individualista que se ve en cada semejante un competidor si no directamente un enemigo. Nos oponemos, y vamos a denunciar cada vez que podamos que: no existen soluciones individuales a problemas sociales, que no existen soluciones particulares a problemas totales. Y además remarcamos que en momentos de lucha, de insurrección, de organización proletaria, esos cambios personales se dan con más frecuencia, más intensos, más profundos… lo que hace evidente cómo las condiciones materiales de existencia modifican la conciencia, y al revés. Es decir, no podemos pretender que todas las personas se “revolucionen” interiormente para, ahí sí, revolucionar el mundo; éstos son dos hechos indisociables, complementarios, y simultáneos.
En nuestra época también existe otra manera de rechazar la noción de revolución y de ponerla además en un lugar completamente estúpido. Se trata de ese discurso moderno o posmoderno (ya ni sabemos) que dice que es una cosa ya pasada de moda, que se acabaron los grandes discursos, las grandes transformaciones, que ya no hay proletariado ni burgesía sino un sinfin de sujetos sociales, etc, etc, etc… Es un síntoma de estos tiempos y su justificación victoriosa. La única verdad sería que «ya no hay verdades» y su brutal certeza sería que «todo es relativo».
Así nos proponen contemplar el mundo sin revolucionarlo, adaptarnos a él aunque tengamos algunas críticas y disgustos. En fin, otra vez nos proponen escoger una opción dentro de los asquerosos límites del sistema capitalista. Pero de lo que se trata es de hacer saltar por los aires el modo de producción capitalista para destruir toda opresión, toda explotación, toda competencia y todo condicionamiento económico. Desde los discursos políticos, la publicidad, la televisión o las conversaciones entre esclavos que sólo representan la voz del amo, nos muestran esta realidad como algo ajeno a nosotros mismos y por lo tanto inalterable. Así nos sentimos desdichados pero impotentes, enojados pero resignados, deprimidos y enfermos por el dinero, el trabajo, en fin… por el Capital. ¿Por qué condenarnos a esto? ¿Por qué condenar a toda la humanidad a esto?
La desobediencia a lo establecido, el cuestionamiento de la normalidad capitalista y sobre todo la lucha cuando es social y revolucionaria, nos recuerdan que hay otras posibilidades, que esta mierda que nos imponen no es la única forma de vivir.