Carta II: Para no morir trabajando.

En esta segunda década del naciente siglo, las y los trabajadores se enfrentan a la complejidad de la existencia y vida cotidiana dentro del capitalismo, si bien, existen formas concretas que expresan un antagonismo histórico y de lucha permanente contra la miseria generalizada, la subsunción de la economía golpea las ya de por si pauperizadas condiciones de existencia de la mayoría de los seres humanos en el planeta, el modo de producción capitalista destruye voraz y violento todo lo que a su paso encuentra, arrasa las selvas en el Amazonas y las selvas en Centroamérica, de la misma manera que diluye y seca los mantos acuíferos en el norte de Europa y en la región Mexicana, la destrucción de la naturaleza se valida en pos de las “necesidades”  del mercado, se alimenta el stock de basura innecesaria, y los trabajadores reventamos para satisfacer la producción y el consumo de la mercancía, la burguesía cercena nuestra empatía con un discurso individualista y de competencia, somos las liebres corriendo por la zanahoria que el lobo sostiene en el hocico; las jornadas laborales se extienden por voluntad propia, porque es mejor “aguantar un poco” a ser otro desesperado en las filas del desempleo, porque en el capitalismo solo hay algo peor que el trabajo y eso es: no tener un trabajo que garantice la miserable existencia.

Bajo el capitalismo el hijo del trabajador en Suecia o Noruega no puede pensar que está lejos de la existencia miserable de la niñez en Haití o en Sierra Leona, pues quizá su padre trabaje hasta reventar en la industria geotérmica, en la mina o depredando los bosques, un mundo homogenizado, el mundo de las mercancías.

Las revueltas estallan por todo el planeta, un síntoma febril de nuestra conciencia frente a una explotación inhumana, explotación que pone en coma nuestro mundo, ¡Si, nuestro maldito mundo! El hogar que no debemos abandonar ni dejar que se consuma en nombre del orden y el progreso, por eso el trabajador, la desempleada, el alumno, la sirvienta, la maestra, el anciano, todo ser humano consciente y molesto por la mierda de vida que no merecemos, tiene el deber de enfrentar la iniquidad de un modo de producción que se declara enemigo de la vida.

Cada presidente de mierda en todas las regiones del mundo, llama a la unidad nacional, a afirmar la identidad de la región, a mantener la consanguinidad racial pura, a dejar afuera a los pobres, porque la migración no condena el color sino la nula acumulación ni circulación del capital. La democracia es el credo que religa las fuerzas negativas de los explotados y las depura plasmándolos en derechos y obligaciones que solo sujetan a los seres humanos a espacios y comunidades que sirven al capital.

Peor aún, en la línea antagónica los explotados se delimitan por las vallas ideológicas, vallas que son la fuerza de contención de los estallidos insurreccionales, movimientos potentes pero sin dirección que se apagan de nuevo ante la incertidumbre de una vida más allá de lo que conocemos; pero como explotados ya no hay opciones, no hay una segunda oportunidad, no hay nada que conquistar sino el evitar ser exterminados sin piedad, ni ser reducidos a reemplazos orgánicos para la continuidad del peor enemigo de la humanidad… el capitalismo.

Gabó Lea

Solidaridad e insurrección