por: Victor Hugo Ríos
A él, como a todos los demás trabajadores de la obra no le pagaron. Semanas sin un solo peso por su trabajo, solo con la promesa que algún día les pagarían… o aguantaban o eran despedidos sin dinero. Hasta que se acabo la obra, entonces no hubo de otra, y todos juntos fueron a exigirle al patrón su salario. Y el patrón le llamó a “su” sindicato.
Los trabajadores bloquearon la entrada. El sindicato le llamo a sus “militantes”. Llegaron en una moto, dispararon contra la multitud. Unos dicen que fueron varios los heridos, otros que sólo él murió.
Se llamaba Laurencio.
Hace unos días hablé con mi pareja sobre él. Estábamos sentados allí, dos personas que hemos trabajado en obras, que hemos esperado semanas por nuestro pago, que a veces no nos han pagado. Y terminamos muy enojados.
Y una gran tristeza descendió sobre mí, me sentí abrumado y cuando miré a las tinieblas que me rodeaban, buscando una luz, un sendero, ninguno apareció. Porque Laurencio murió y yo no sé cual es nuestro deber, siendo tan pocos y estando tan desunidos.
Mucho tiempo he pensado en estas palabras tratando de discutir con algo que dentro de mí decía: no, eso no basta.
No tengo respuestas, mi corazón está lleno de pena y yo, avergonzado no se que pedir para este hombre, solo pienso, él murió por todos sus compañeros, por todos nosotros, personas que se cansaron de la injusticia.
No se que decir en realidad, pudo ser la mejor batalla de sus vidas de trabajadores, todo se redujo a ese día. Todo se reduce a hoy. Pudimos haber sido cualquiera de nosotros, en todas las empresas hay sindicatos con “ese” tipo de militantes.
Todo se reduce a hoy, o nos curamos todos de ese cáncer o nos desmoronamos, pulgada a pulgada, hasta el final. Ese día pareció ser el infierno, y créanme, podemos quedarnos aquí y dejarnos aplastar, o luchamos por volver a la luz.
Podemos salir del infierno, pulgada a pulgada. Yo no los puedo sacar, Laurencio no pudo hacerlo por sus compañeros. Miro al rededor y veo caras jóvenes con desesperanza y pienso. Pienso.
He cometido todos los errores que un hombre de mediana edad puede haber cometido. He despilfarrado dinero, he alejado de mí a personas que me han amado y últimamente ni
si quiera puedo verme al espejo, debo entender que hay cosas que se van.
Es parte de la vida. Descubres que la vida es cuestión de momentos, detalles, el margen de error es
muy pequeño. Una mirada, una palabra y puedes hacer que todo suceda, un titubeo y tal
vez no pase nada nunca. Y los momentos que necesitamos están a nuestro alrededor, en
cada minuto, en cada suspiro.
Nuestro pueblo trabajador lucha por esos momentos. En este pueblo nos sacrificamos por los demás y por esa pulgada que se le gana a la injusticia. Porque cuando sumamos una tras otra, porque sabemos que si sumamos esas complicidades marcaremos la diferencia. Y esa diferencia es lo que nos dirá si viviremos o moriremos, es la diferencia entre ganar o morir.
Y les diré una cosa, en cada lucha, aquel que va con todo es el que marca la diferencia. Y se que si queda vida en mi, es porque aun quiero luchar, y morir dándolo todo. Porque vivir, consiste en eso.
Yo no puedo convencerlos de que luchen, no puedo decirles que hacer, tienen que mirar a quien está a su lado. Verlos a los ojos y confiar que es una persona que esta dispuesta a ganar con ustedes, por ustedes.
Creer en esa complicidad que da el silencio previo a la tormenta. Y verán a una persona que se sacrificará por todos, por uno. Porque si atacan a uno respondemos todos. Y saben que cuando llegue la ocasión ustedes harán lo mismo por él. Esto es un equipo, una unión, el origen del verdadero sindicalismo.
Y… o nos curamos de esa enfermedad ahora como equipo. O moriremos como
individuos. Eso es el sindicato revolucionario, esa es la verdadera unión. Eso es todo lo
que es. Ahora… ¿Qué quieren a hacer?
***
En memoria de Laurencio, joven albañil asesinado por sicarios de un sindicato charro y la
patronal mientras exigía su salarios junto a otros de sus compañeros en un incipiente
movimiento sindical sin líderes.